Todas las sociedades tienen “historias o mitos” importantes que forman su identidad cultural. Según la bióloga chilena Isabel Behncke, al igual que el covid-19, estas historias e ideas sociales se viralizan persona a persona por medio del lenguaje.
Pero ¿y si algunas de esas “historias o mitos” se basan en el prejuicio de nosotros mismos, de otros y de nuestro entorno?
Riane Eisler, historiadora de la cultura y teórica de la evolución, encuentra ejemplos de narración destructiva en muchos cuentos tradicionales europeos que luego se fueron viralizando en Latinoamérica. Muchos de los cuales describen a los seres humanos como “malos, crueles, violentos y egoístas”.
Estos cuentos surgen de una cosmovisión dominante promovida dentro de lo que Eisler denomina un modelo de sociedad “dominador” o ” androcracia “. Según su enfoque, la androcracia ha generado un patrón común que ha estructurado parte de la sociedad occidental moderna, brindando, por ejemplo, una alta prioridad a tecnologías de dominación y destrucción.
En estos tiempos experimentamos globalmente diversas problemáticas a nivel económico, social y ambiental: desigualdad, extremismo y populismo, crisis de gobernabilidad global, proyección de crecimiento sin límites, degradación ecológica, cambio climático, entre otras.
No cabe duda que debemos transformarnos, y esa capacidad de transformación está asociada al poder de nuestras interpretaciones, es decir, al poder de las historias que compartimos como sociedad e individuos.
Es necesario volver a contar las historias de manera de explorar visiones de un mundo que nos permitan relacionarnos y entendernos como una misma especie en un mismo sistema.
De hecho, mapear los cambios de historias y mitos es crucial cuando se investiga el cambio social. Varios agentes de cambio y movimientos sociales han utilizado el contar y volver a contar historias sobre el pasado, el presente y el futuro como una de las estrategias clave dentro de su activismo general.
Y es que el lenguaje tiene el poder de moldear la forma en que pensamos y la forma en que planificamos el futuro. Es por esto, que a medida que comenzamos a imaginar el mundo post-pandémico, debemos desafiar nuestro uso de narrativas antiguas para permitir que surjan nuevas narrativas y de esta forma mejores futuros.
En palabras de la futurista Ivana Milojevic “El futuro no es un espacio vacío, pero como el pasado, es un aspecto activo del presente”. Entonces, sí, las palabras importan, por lo que la narración tiene un poder implícito para crear futuros alternativos en el presente.
Imagina los futuros alternativos que podríamos crear si cambiamos nuestro lenguaje: de “Producto Interno Bruto” a “Felicidad Nacional Bruta” o de “basura” a “recurso común reciclable”.
Bárbara Ferrer Lanz
Publicado originalmente en La Bioguía
Photo by Suad Kamardeen on Unsplash