En los albores de la era industrial los factores claves de producción fueron el capital y el trabajo, con tres categorías sociales (no excluyentes): emprendedores, trabajadores y consumidores. En la emergente era de la cognición, las claves son la mente creativa de los humanos, los sistemas de redes de comunicación y geolocalización, y el efecto red de los usuarios de plataformas (ver “Efecto Red” Del Sol, 2020), que se retroalimentan. Aumentamos la capacidad cognitiva de humanos y de máquinas de información mediante algoritmos que los humanos les implantamos.
La industrialización divide y jerarquiza roles, mientras la digitalización tiende a horizontalizar e integrar.
Como en toda transición evolutiva, ambas eras – industrial y de la cognición- coexisten, una en decadencia y la siguiente en emergencia. En este espacio-tiempo traslapado ocurren fenómenos disruptivos que dejan atrás comportamientos disfuncionales con la era que emerge. En este proceso las sociedades sufren tensiones y ajustes. Las disrupciones (tecnológica, ambiental, social y biológica) nos sacan de nuestra estabilidad y nos desafían a cambiar nuestros paradigmas para poder lidiar con las condiciones de vida que se nos presentan en la nueva era. Los paradigmas económicos y sociales atados a la era anterior muestran obsolescencia.
El nuevo contexto obliga al capitalismo a reformularse para internalizar sus efectos sociales, ambientales y globales, mientras que el comunismo, en franca decadencia (dejemos fuera a la sui géneris China), “denuncia” los desbordes del capitalismo sin ofrecer un sistema eficaz para generar desarrollo humano. La socialdemocracia, por su parte, valida al mercado como mecanismo de asignación de recursos, dotando al sistema público de un rol regulatorio que evite excesos, y despliega políticas públicas de solidaridad social para con los rezagados del desarrollo.
¿Cuál de estos sistemas resulta más funcional para habitar la era de la cognición? ¿Cuál de ellos propicia el emprendimiento moderno? Tal vez ninguno: las mismas élites y hasta la democracia representativa sufren síntomas mórbidos. ¿Estamos ad portas del surgimiento de un nuevo sistema social y económico en el cual el emprendimiento pueda desplegarse efectivamente?
En un proceso constituyente estas preguntas son cruciales: refieren al marco de convivencia común en una nueva era. La Convención Constituyente y la red de conversaciones que genera, no solo en su seno, sino en la sociedad completa, nos dan la oportunidad de debatir. El análisis crítico y la reflexión colectiva del momento que vivimos deben promoverse decididamente en todas las instancias empresariales, aportando nuevas ideas y desarrollando la capacidad de adaptación que requerimos.
Daniel Fernández
Publicado originalmente en El Mercurio
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